Fue un proceso por etapas pero rapidísimo para asomarse a un mundo oscuro e inquietante. Primero en España hubo asombro por el poder de las barras bravas en nuestro país. Las imágenes del autobús de Boca atacado a piedrazos en River y toda la vergüenza que siguió poblaron los televisores peninsulares.
Luego, fue la sorpresa -compartida en una orilla y en la otra- por la mudanza del partido. Y, desde entonces, con el correr de los días, siguió una rápida sucesión de emociones, como una escalera por grados hacia el espanto.
Para empezar, cierta extrañeza por el hecho de que barrabravas, conocidos e identificados, pudieran moverse con tanta libertad en nuestro país y abordar aviones internacionales.
"Hubo decenas de micrófonos argentinos esperando al barrabrava Mazzaro y sus absurdas explicaciones", comentó la televisión española sobre el retorno forzado del violento dirigente y su verbalizada intención de una "Navidad en familia" en Barcelona.
Enseguida, estupefacción en la medida en que la prensa española descubría y revelaba las poderosas conexiones de esos grupos violentos con el poder.
La red de complicidades
"¿Y el poder político los ampara? ¿Y los fiscales y jueces les permiten salir? preguntaba Pepa Bueno, una reconocida periodista de la cadena SER, a investigadores de nuestro país que, durante años, vienen siguiendo y denunciando el submundo barrabrava.
"Y el presidente Mauricio Macri, que fue presidente del Boca, qué ha hecho?, se preguntó en la misma entrevista, emitida en hora pico de los informativos españoles.
La violencia en el fútbol no es patrimonio de la Argentina. España también la sufre. Pero la profundidad de la red que la ampara y que salió a luz con este partido ha dejado atónitos a muchos, que desconocían su extensión.
Autores como el periodista de LA NACION Hugo Alconada Mon, con su reciente libro "La Raiz"; o Pablo Alabarces, el sociólogo e investigador que publicó "Crónicas del aguante: fútbol, violencia y política. O como Federco Yáñez, con su reciente "Los dueños de la pelota", son figuras citadas en la prensa española para intentar explicar lo inexplicable.
Una cadena de compromisos con el poder institucional, con el poder político y con el judicial, que permite la violencia "de estos burros"; como se habla aquí de los "ultras".
Hubo, finalmente espanto y de sobrecogimiento al asistir a esta cara menos conocida de la Argentina, la de ese mundo oscuro donde el poder se sirve del delito y que ahora, con el Boca-River, se ha hecho patente.
Y, finalmente, incomprensión por el hecho de que la burrada se vea tan claro y, sin embargo, allí siga. Eso es lo que, por aquí, no termina de entenderse.